LA GRAN TENTACIÓN DE SER FALSO

 LA GRAN TENTACIÓN DE SER FALSO

Durante muchos años medité sobre las tentaciones de Jesús en el desierto (véase Lucas 4:1-13). Estas detallan las tres falsas identidades o máscaras que Satanás ofrece a cada uno de nosotros. También indican las elecciones que debemos tomar para continuar siendo fieles a nuestra identidad y a nuestra vida dada por Dios.
Antes de que comience el pasaje, se nos muestra una perspectiva del entendimiento de Jesús sobre quién es él. Entonces, el cielo se abre, el Espíritu desciende como una paloma y Dios de un modo audible dice: «Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él».
(Mateo 3:17). En otras palabras: «Eres digno de amor. Eres bueno. Es maravilloso que existas».
Jesús todavía tiene que realizar milagros y morir en la cruz por los pecados de la humanidad. Sin embargo, recibe una afirmación divina de que es amado profundamente por su Padre celestial. Este amor es la base de su autocomprensión y el origen de su propio sentir.
El hecho de vivir y sumergirnos en el río del amor profundo que
Dios tiene hacia nosotros a través de Cristo, está en el centro de la espiritualidad verdadera. Rodearnos de ese amor nos permite entregarnos totalmente a Dios aun cuando parece tan diferente a lo que podemos ver, sentir o comprender. Este conocimiento experimental del amor y la aceptación de Dios, proporciona la única base segura para amar y dar valor a nuestro ser verdadero. Solo el amor de Dios en Cristo es capaz de soportar el peso de nuestra verdadera identidad.
Dios nos moldeó y talló internamente con personalidad, pensamientos, sueños, temperamento, sentimientos, talentos, y deseos únicos.
Plantó las verdaderas semillas del ser dentro de nosotros. Ellas forman el auténtico «nosotros». De manera que somos profundamente amados por Dios.
Sin embargo, existen tres poderosas tentaciones que nos amenazan.
Cada una de ellas a su manera, intenta decirnos que el auténtico amor que Dios tiene en nosotros nunca será suficiente, que no somos dignos de ese amor y por si fuera poco, que no somos buenos para recibirlo.


PRIMERA TENTACIÓN: SOY LO QUE HAGO (COMPORTAMIENTO)

El demonio le dijo a Jesús: «Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan» (Mateo 4:3). Jesús reflejaba la imagen de quien a través de treinta años no ha hecho nada. Todavía no había comenzado su ministerio y parecía un perdedor. Nadie creía en él.
Nuestra cultura realiza la misma pregunta. ¿Qué has logrado? ¿Cómo has demostrado tu capacidad? ¿A qué te dedicas? Muchos de nosotros nos consideramos valiosos si hemos logrado muchos éxitos en el trabajo, la familia, la escuela, la iglesia, o las relaciones. Cuando no es así, entramos en una profunda depresión por la vergüenza o culpa que sentimos frente a los demás por nuestros aprietos.
Tomás Merton, un monje trapense y escritor del best-seller La montaña de los siete círculos, cuenta un acontecimiento de su vida:
Hace algunos años, un hombre que estaba compilando un libro sobre el éxito, me escribió para pedirme que aportara una exposición acerca de cómo llegué a ser un éxito. Le respondí indignado que no podía considerarme un éxito desde ningún punto de vista que tuviera significado para mí. Pasé mi vida evitando el éxito. Si una vez escribí un best-seller fue solo una casualidad, debido a mi falta de experiencia e ingenuidad y tomaría muchos recaudos para no repetirlo en el futuro. Le dije que de tener un mensaje para mis contemporáneos, seguramente sería: sé cualquier cosa que desees ser: loco, alcohólico ... de cualquier forma y tamaño; pero por todos los medios evita el éxito. No recibí ninguna contestación de él y no estoy seguro de que mi respuesta se haya publicado.6
Merton comprendió lo fácil que resulta que el éxito terrenal nos lleve a encontrar nuestro valor fuera del amor inagotable de Dios en nosotros a través de Cristo.


SEGUNDA TENTACIÓN: SOY LO QUE TENGO (POSESIÓN)

Cuando Jesús fue llevado a ver toda la magnificencia y poder de la tierra, el demonio le dijo:«Observ a tu alrededor y mira todo lo que los demás tienen. Tú no tienes nada. ¿Cómo puedes pensar que eres alguien? ¿Cómo sobrevivirás? Realmente no eres nadie». El demonio jugó con temas importantes como el miedo y el origen de su seguridad.
En nuestra cultura el éxito se mide por lo que tenemos. Las grandes compañías gastan más de quince mil millones de dolares por año en publicidad, precisamente para seducir a los niños y adolescentes para que crean que tienen que tener ciertos juguetes, ropa, iPods, CDs, etc. Su identidad depende de esto. Los adultos nos medimos a través de comparaciones. Por ejemplo, quién tiene más dinero, el cuerpo más hermoso o la vida más confortable. Generalmente nuestro sentido del valor está unido a nuestra ubicación en el ámbito laboral, es decir, dinero y posición social. Por eso distinguimos a las personas según el lugar donde se graduaron, la cantidad de títulos que poseen, premios, talento y hasta llegamos al extremo de calificarlas según el atractivo o belleza de su pareja.
Podemos encontrar un poderoso ejemplo de esto en la obra Amadeus.
Antonio Salieri es el músico de la corte y su alma está destruida por la envidia, por no poseer nada. Desea crear música para Dios y ser famoso. Eso es positivo, sin embargo, el problema radica en que no es tan bueno como Mozart, quien verdaderamente es un genio. Mozart tiene la habilidad de componer una sinfonía en su mente, algo que pocas personas en la historia de la música pudieron hacer.
En vez de reconocer la genialidad de Mozart e interpretarlo, Salieri se enoja con Dios por lo que él considera una injusticia. Erróneamente cree que Dios ama a Mozart y no a él.
Yo comprendo la actitud de Salieri. Definirme como un hijo inmensamente amado por Dios y encontrar mi valor personal en mi Abba Padre, que me dice: «Tú eres mi hijo, Peter, y te amo; estoy orgulloso de ti», independientemente de lo que haga; constituye un hecho extraordinario.
Mi cultura, mi familia de origen y mi cuerpo me dicen que solo las posesiones, talentos y el reconocimiento de los demás son suficientes para obtener seguridad. Jesús, como verdadera ancla de mi ser, es quien le da forma a la renuncia de mis deseos por el amor del Padre.


TERCERA TENTACIÓN: SOY LO QUE OTROS PIEI/SAII (POPULARIDAD)

Algunos de nosotros somos propensos a la opinión de los demás. Satanás invitó a Jesús a arrojarse desde el sitio más alto del templo para que las personas pudieran creer en él. Hasta ese momento la gente no pensaba nada de Jesús. En efecto, no era conocido popularmente.
¿Cómo podían pensar que esa vida tenía tanto valor?
Hoy, casi sin darnos cuenta, la mayoría de las personas damos demasiada importancia a la opinión de otros. Y nos inquietarnos con temas tan variados como lo que debemos decir en una reunión, la escuela adecuada para enviar a nuestros hijos, la conveniencia de hablar con la persona que nos hirió o la elección de una buena carrera universitaria.
Observarnos que nuestra autoestima crece con un cumplido y cae con una crítica.
Ahora, la verdadera libertad la alcanzamos cuando ya no necesitamos ser alguien especial ante los ojos de otras personas, porque precisamente sabemos que somos dignos de ese amor.
M. Scott Peck ilustró este punto con una historia cuando, a la edad de quince años, conoció a un compañero en la escuela secundaria. Las siguientes son sus reflexiones después de una conversación con su amigo:
Repentinamente me di cuenta de que durante los diez primeros minutos de conversación con esta persona que recién conocía, solo estaba preocupado por mí mismo. Porque en los tres minutos previos al encuentro, pensé decir únicamente cosas inteligentes para llegar a impresionarlo. En el transcurso de cinco minutos, escuché lo que él decía solo para responderle inteligentemente. Lo miré para ver qué efecto tenían mis comentarios en él. Y durante los dos o tres minutos después de que nos separamos, solo medité en las cosas que pude haber dicho para impresionarlo aun más. No me importó ni un poco la situación de mi compañero?
Lo más asombroso, al leer una explicación detallada de lo que acontece en nosotros a la edad de quince años, es que la misma dinámica continúa vigente cuando tenemos veinte, treinta, cincuenta, setenta y noventa años.
Seguimos atrapados a una vida plagada de apariencias por una preocupación enferma sobre lo que piensan los demás.



Tomado del Libro: Espiritualidad Emocionalmente Sana. Peter Scazzero

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